lunes, 5 de diciembre de 2011

El dia en que los hombres y mujeres empiezan a estorbar

Estábamos en mi casa. Preparábamos una exposición para  presentar una campaña de publicidad. De pronto, Antonio dijo: ¡si no viene  Roberto ¡estamos sonados. Él es el único que puede pararse frente al complicado público que tendremos  mañana.

n esa etapa de mi  vida yo era indispensable, o por lo menos me lo hacían sentir así. Tenía todo lo que la sociedad dice que es indispensable para ser considerado: educación, algo de  prestancia,    feo, pero mi simpatía apocaba a mi fealdad, inteligente (para estar donde estaba, tenía que serlo), la edad necesaria, un vocabulario selecto, más bien acomodable a cada público.....en síntesis lo tenía “casi todo”...digo “casi todo”, porque si lo hubiese tenido todo, no habría estado donde estaba.
Celeste, no es un color, es el nombre de una mujer. También se hizo sentir indispensable, hablaba tres idiomas, tenía lindas curvas, su cara era muy agradable, no era muy alta, más bien estaba en la media.  Manejaba el computador  como Pelé la pelota.
Muchas cosas no se podían hacer si Celeste no estaba. Toda la maravilla de esa mujer se rodeaba de una excelente edad.  La que se exige para ser considerado.

Celeste y yo teníamos la misma edad. Tal vez por eso solo fuimos buenos amigos. A ella le gustaban Mayores.  Pero un día se enredó con un Teniente. El romance le duro, lo que dura el cambio de guardia.

Celeste y yo fuimos niños en los mismos años, escuchamos la misma música, vimos las mismas noticias, (no se preocupe, pues no han cambiado mucho), a pesar de vivir en diferentes ciudades por muchos años.

Cuando fuimos bebes, éramos  el centro de la atención. Todo giraba en torno a nosotros. Incluso  la hipocresía de algunos tíos, cuando decían, “que tierna o amorosa la guagua “(expresiones que se usan para no decir fea).  Ambos escuchamos las  palabras de nuestras madres, incluso desde el vientre, cuando decía “te adoro, te quiero hijo mío “

A medida que fuimos creciendo fuimos perdiendo protagonismo; primero en nuestro propio entorno,  es decir con nuestros parientes,  también lo perdimos con los otros que  no son parientes

Y luchamos, como todos.  Nos esforzamos como algunos. Estudiamos como la minoría,  Y le ganamos a la vida, como muy pocos.
Le ganamos un espacio. Le ganamos un espacio tan grande  que volvimos, (guardando las proporciones), a ser como cuando  niños.  De nuevo  todo giraba en torno a nosotros. Éramos importantes.
Pero pasó lo que nadie espera, o pasó lo que todos esperamos  pero nos hacemos  los lesos.  Se modificó de  toda la maravilla que nos rodeaba  solo una cosa.  Nuestra edad.
Seguimos teniendo todo lo que nuestra sociedad exige para triunfar. Inteligencia, prestancia, etc. incluso,  teníamos más experiencia.  Pero el  aviso del diario  decía: Edad máxima  35 años.
Celeste y yo, ya  teníamos  sesenta y algo más. Y también  teníamos las fuerzas para continuar.
Esas mujeres que nos hablaban en el vientre, y nos decían “te quiero hijo mío”, ya no están. Se fueron cuando teníamos  como 50 años.    
Celeste tuvo tres hijos. Están, pero en lugares lejanos. Hicieron como dice la ley, sus propias vidas.

Yo tuve dos hijos. También están  lejos. Nos vemos una vez  cada dos años. Cuando pueden viajar a este país.
El dormitorio de Celeste tiene vista a un muro. Desde la  ventana del mío se ve un hermoso Roble.
Seguimos siendo amigos. Y también somos amigos de otros “estorbos” que tienen como 70 o tal vez más.


La casa es enorme,  aquí vivimos como 50 personas,...todos con prestancia,  todos inteligentes, pero deficientes por edad.

Hoy Celeste habla  cuatro idiomas, yo hablo dos.
¿Sabes? hemos descubierto que una vez más nos hemos hecho indispensable, necesarios. Si no fuera por nosotros, estas  “casas”  que reciben el nombre de Hogar, (pero es lo único que no son) estarían  vacías.

De nada sirve en la vida  luchar tanto, estudiar tanto, amar tanto, si el tiempo que tenemos para ponerlo en práctica no es tanto.

Celeste y yo nunca fuimos más que amigos.
Nos conocimos  de casualidad. Fue en la fila para la entrevista personal que nos hicieron  en esa empresa donde trabajamos largo tiempo.
Claro que en esa entrevista nunca nos preguntaron  ¿y cuando piensan envejecer?

Celeste y yo seguimos siendo amigos....perdón... ahora, grandes y viejos  amigos.

Hoy vamos de la mano camino al Roble a tomar el té. Allí hay una mesita y se escucha el cantar del viento.  Para usar la mesita, te anotas en un libro, es como una reserva.  Es como una antesala para la casa  definitiva.
Uno de los dos quedara solo primero.  Me gustaría ser yo.  Celeste es indispensable para mí. Aunque yo también lo soy para ella.

El día que los hombres y las mujeres empezamos a estorbar, debemos irnos a un asilo.  Allí el almuerzo esta siempre a la hora.....y sin  que los pidas.

Es como cuando eras bebe...de nuevo todo gira en torno  a  ti.
Y cuando van los niños de la escuela  del sector, te dicen lo  mismo que dijeron los  tíos de ti.....claro que ya no es:   ¡Que tierna la guagua¡  ...ahora es: “ que tierno el abuelito “

Fin

El día en quer los hombres y mujeres empiezan a estorbar

Estábamos en mi casa. Preparábamos una exposición para  presentar una campaña de publicidad. De pronto, Antonio dijo: ¡si no viene  Roberto ¡estamos sonados. Él es el único que puede pararse frente al complicado público que tendremos  mañana.

n esa etapa de mi  vida yo era indispensable, o por lo menos me lo hacían sentir así. Tenía todo lo que la sociedad dice que es indispensable para ser considerado: educación, algo de  prestancia,    feo, pero mi simpatía apocaba a mi fealdad, inteligente (para estar donde estaba, tenía que serlo), la edad necesaria, un vocabulario selecto, más bien acomodable a cada público.....en síntesis lo tenía “casi todo”...digo “casi todo”, porque si lo hubiese tenido todo, no habría estado donde estaba.
Celeste, no es un color, es el nombre de una mujer. También se hizo sentir indispensable, hablaba tres idiomas, tenía lindas curvas, su cara era muy agradable, no era muy alta, más bien estaba en la media.  Manejaba el computador  como Pelé la pelota.
Muchas cosas no se podían hacer si Celeste no estaba. Toda la maravilla de esa mujer se rodeaba de una excelente edad.  La que se exige para ser considerado.

Celeste y yo teníamos la misma edad. Tal vez por eso solo fuimos buenos amigos. A ella le gustaban Mayores.  Pero un día se enredó con un Teniente. El romance le duro, lo que dura el cambio de guardia.

Celeste y yo fuimos niños en los mismos años, escuchamos la misma música, vimos las mismas noticias, (no se preocupe, pues no han cambiado mucho), a pesar de vivir en diferentes ciudades por muchos años.

Cuando fuimos bebes, éramos  el centro de la atención. Todo giraba en torno a nosotros. Incluso  la hipocresía de algunos tíos, cuando decían, “que tierna o amorosa la guagua “(expresiones que se usan para no decir fea).  Ambos escuchamos las  palabras de nuestras madres, incluso desde el vientre, cuando decía “te adoro, te quiero hijo mío “

A medida que fuimos creciendo fuimos perdiendo protagonismo; primero en nuestro propio entorno,  es decir con nuestros parientes,  también lo perdimos con los otros que  no son parientes

Y luchamos, como todos.  Nos esforzamos como algunos. Estudiamos como la minoría,  Y le ganamos a la vida, como muy pocos.
Le ganamos un espacio. Le ganamos un espacio tan grande  que volvimos, (guardando las proporciones), a ser como cuando  niños.  De nuevo  todo giraba en torno a nosotros. Éramos importantes.
Pero pasó lo que nadie espera, o pasó lo que todos esperamos  pero nos hacemos  los lesos.  Se modificó de  toda la maravilla que nos rodeaba  solo una cosa.  Nuestra edad.
Seguimos teniendo todo lo que nuestra sociedad exige para triunfar. Inteligencia, prestancia, etc. incluso,  teníamos más experiencia.  Pero el  aviso del diario  decía: Edad máxima  35 años.
Celeste y yo, ya  teníamos  sesenta y algo más. Y también  teníamos las fuerzas para continuar.
Esas mujeres que nos hablaban en el vientre, y nos decían “te quiero hijo mío”, ya no están. Se fueron cuando teníamos  como 50 años.    
Celeste tuvo tres hijos. Están, pero en lugares lejanos. Hicieron como dice la ley, sus propias vidas.

Yo tuve dos hijos. También están  lejos. Nos vemos una vez  cada dos años. Cuando pueden viajar a este país.
El dormitorio de Celeste tiene vista a un muro. Desde la  ventana del mío se ve un hermoso Roble.
Seguimos siendo amigos. Y también somos amigos de otros “estorbos” que tienen como 70 o tal vez más.


La casa es enorme,  aquí vivimos como 50 personas,...todos con prestancia,  todos inteligentes, pero deficientes por edad.

Hoy Celeste habla  cuatro idiomas, yo hablo dos.
¿Sabes? hemos descubierto que una vez más nos hemos hecho indispensable, necesarios. Si no fuera por nosotros, estas  “casas”  que reciben el nombre de Hogar, (pero es lo único que no son) estarían  vacías.

De nada sirve en la vida  luchar tanto, estudiar tanto, amar tanto, si el tiempo que tenemos para ponerlo en práctica no es tanto.

Celeste y yo nunca fuimos más que amigos.
Nos conocimos  de casualidad. Fue en la fila para la entrevista personal que nos hicieron  en esa empresa donde trabajamos largo tiempo.
Claro que en esa entrevista nunca nos preguntaron  ¿y cuando piensan envejecer?

Celeste y yo seguimos siendo amigos....perdón... ahora, grandes y viejos  amigos.

Hoy vamos de la mano camino al Roble a tomar el té. Allí hay una mesita y se escucha el cantar del viento.  Para usar la mesita, te anotas en un libro, es como una reserva.  Es como una antesala para la casa  definitiva.
Uno de los dos quedara solo primero.  Me gustaría ser yo.  Celeste es indispensable para mí. Aunque yo también lo soy para ella.

El día que los hombres y las mujeres empezamos a estorbar, debemos irnos a un asilo.  Allí el almuerzo esta siempre a la hora.....y sin  que los pidas.

Es como cuando eras bebe...de nuevo todo gira en torno  a  ti.
Y cuando van los niños de la escuela  del sector, te dicen lo  mismo que dijeron los  tíos de ti.....claro que ya no es:   ¡Que tierna la guagua¡  ...ahora es: “ que tierno el abuelito “

Fin

El Día En Que El Hombre y la Mujer empiezan a Estorbar

El Día En Que El Hombre y la Mujer empiezan a Estorbar

Estábamos en mi casa. Preparábamos una exposición para  presentar una campaña de publicidad. De pronto, Antonio dijo: ¡si no viene  Roberto ¡estamos sonados. Él es el único que puede pararse frente al complicado público que tendremos  mañana.

En esa etapa de mi  vida yo era indispensable, o por lo menos me lo hacían sentir así. Tenía todo lo que la sociedad dice que es indispensable para ser considerado: educación, algo de  prestancia,    feo, pero mi simpatía apocaba a mi fealdad, inteligente (para estar donde estaba, tenía que serlo), la edad necesaria, un vocabulario selecto, más bien acomodable a cada público.....en síntesis lo tenía “casi todo”...digo “casi todo”, porque si lo hubiese tenido todo, no habría estado donde estaba.
Celeste, no es un color, es el nombre de una mujer. También se hizo sentir indispensable, hablaba tres idiomas, tenía lindas curvas, su cara era muy agradable, no era muy alta, más bien estaba en la media.  Manejaba el computador  como Pelé la pelota.
Muchas cosas no se podían hacer si Celeste no estaba. Toda la maravilla de esa mujer se rodeaba de una excelente edad.  La que se exige para ser considerado.

Celeste y yo teníamos la misma edad. Tal vez por eso solo fuimos buenos amigos. A ella le gustaban Mayores.  Pero un día se enredó con un Teniente. El romance le duro, lo que dura el cambio de guardia.

Celeste y yo fuimos niños en los mismos años, escuchamos la misma música, vimos las mismas noticias, (no se preocupe, pues no han cambiado mucho), a pesar de vivir en diferentes ciudades por muchos años.

Cuando fuimos bebes, éramos  el centro de la atención. Todo giraba en torno a nosotros. Incluso  la hipocresía de algunos tíos, cuando decían, “que tierna o amorosa la guagua “(expresiones que se usan para no decir fea).  Ambos escuchamos las  palabras de nuestras madres, incluso desde el vientre, cuando decía “te adoro, te quiero hijo mío “

A medida que fuimos creciendo fuimos perdiendo protagonismo; primero en nuestro propio entorno,  es decir con nuestros parientes,  también lo perdimos con los otros que  no son parientes

Y luchamos, como todos.  Nos esforzamos como algunos. Estudiamos como la minoría,  Y le ganamos a la vida, como muy pocos.
Le ganamos un espacio. Le ganamos un espacio tan grande  que volvimos, (guardando las proporciones), a ser como cuando  niños.  De nuevo  todo giraba en torno a nosotros. Éramos importantes.
Pero pasó lo que nadie espera, o pasó lo que todos esperamos  pero nos hacemos  los lesos.  Se modificó de  toda la maravilla que nos rodeaba  solo una cosa.  Nuestra edad.
Seguimos teniendo todo lo que nuestra sociedad exige para triunfar. Inteligencia, prestancia, etc. incluso,  teníamos más experiencia.  Pero el  aviso del diario  decía: Edad máxima  35 años.
Celeste y yo, ya  teníamos  sesenta y algo más. Y también  teníamos las fuerzas para continuar.
Esas mujeres que nos hablaban en el vientre, y nos decían “te quiero hijo mío”, ya no están. Se fueron cuando teníamos  como 50 años.    
Celeste tuvo tres hijos. Están, pero en lugares lejanos. Hicieron como dice la ley, sus propias vidas.

Yo tuve dos hijos. También están  lejos. Nos vemos una vez  cada dos años. Cuando pueden viajar a este país.
El dormitorio de Celeste tiene vista a un muro. Desde la  ventana del mío se ve un hermoso Roble.
Seguimos siendo amigos. Y también somos amigos de otros “estorbos” que tienen como 70 o tal vez más.


La casa es enorme,  aquí vivimos como 50 personas,...todos con prestancia,  todos inteligentes, pero deficientes por edad.

Hoy Celeste habla  cuatro idiomas, yo hablo dos.
¿Sabes? hemos descubierto que una vez más nos hemos hecho indispensable, necesarios. Si no fuera por nosotros, estas  “casas”  que reciben el nombre de Hogar, (pero es lo único que no son) estarían  vacías.

De nada sirve en la vida  luchar tanto, estudiar tanto, amar tanto, si el tiempo que tenemos para ponerlo en práctica no es tanto.

Celeste y yo nunca fuimos más que amigos.
Nos conocimos  de casualidad. Fue en la fila para la entrevista personal que nos hicieron  en esa empresa donde trabajamos largo tiempo.
Claro que en esa entrevista nunca nos preguntaron  ¿y cuando piensan envejecer?

Celeste y yo seguimos siendo amigos....perdón... ahora, grandes y viejos  amigos.

Hoy vamos de la mano camino al Roble a tomar el té. Allí hay una mesita y se escucha el cantar del viento.  Para usar la mesita, te anotas en un libro, es como una reserva.  Es como una antesala para la casa  definitiva.
Uno de los dos quedara solo primero.  Me gustaría ser yo.  Celeste es indispensable para mí. Aunque yo también lo soy para ella.

El día que los hombres y las mujeres empezamos a estorbar, debemos irnos a un asilo.  Allí el almuerzo esta siempre a la hora.....y sin  que los pidas.

Es como cuando eras bebe...de nuevo todo gira en torno  a  ti.
Y cuando van los niños de la escuela  del sector, te dicen lo  mismo que dijeron los  tíos de ti.....claro que ya no es:   ¡Que tierna la guagua¡  ...ahora es: “ que tierno el abuelito “

Fin